MOTÖRHEAD
URSUS
Bogotá, Coliseo Cubierto El Campin
Martes 21 de abril del 2009
VIVE RÁPIDO, MUERE VIEJO
Voy a dejar a un lado en este artículo los refritos adjetivos entorno al grupo ingles Motörhead citándolos como legendarios, magistrales, influyentes y demás agraciados calificativos que tanto gustan a críticos musicales y apasionados seguidores.
Cuando tres tipos cuya suma de edades alcanza la perenne cifra de 155 años salen a una tarima a miles de kilómetros de sus países natales con el único propósito de rockear hasta el límite -no de sus capacidades sino las de sus auditores- y tras verles regresas a casa electrocutado, sordo, con la cabeza dando mil vueltas es porque por la retina no pasó precisamente una banda senil apostándole a la nostalgia de “aquellos días”, pasó Motörhead y punto.
El sándwich de conciertos compuesto por lo más granado del rock clásico: Kiss y Heaven and Hell y donde Motörhead resultó el jamón, afectó considerablemente la asistencia de espectadores; algunos ante la incertidumbre lastimosamente desistieron del trío anglosajón. Al Coliseo el Campín se reportaron aproximadamente 4 mil personas sedientas de rock and roll, distribuidas en un tercer piso colmado, un segundo medianamente ocupado y una platea con muy pocos asistentes. Amparados en la excusa de ser el único recinto disponible para sus demandas de público, los promotores locales insisten en este recinto para llevar a cabo eventos musicales, incluso de géneros apartados del rock. Desafortunadamente, las calidades acústicas del escenario de la calle 60 son semejantes a la de una caja de galletas.
Aproximadamente a las 7 de la noche los capitalinos Ursus hicieron su aparición en tarima con una marcial introducción y posteriormente detonar su ataque thrashero. Los problemas de sonido no se hicieron esperar, aun así esto no bajo un ápice las ganas del cuarteto por dar lo mejor de sí. En 25 minutos el oso metálico expuso su álbum del año pasado “Hijos del Metal” ante una audiencia que les recibió con sumo respeto y entusiasmo. La rasgada voz de Felix Zamora nos condujo por sus letras cargadas de censura a la invasión cultural y económica extranjera, el abuso policial y la carencia de identidad. Diana Cañon aporreó su kit de batería con vigor a la par que sus compañeros Edward Pita en guitarra y Mario Cruz al bajo se encargaron de sonar crudos y afilados a punta de riffs saturados de aires de viejo cuño. Una banda honesta sin mayores pretensiones que brindar un buen rato a nuevos y antiguos metaleros bajo una puesta en escena enérgica y actitud de sobra, al punto de repasar un fragmento del tradicional bambuco “Soy Colombiano”.
Pasados algunos minutos de las 8 de la noche, tras años de larga espera se concretó la deseada imagen: el rubio Mikkey Dee escalando hasta su escultural batería, Phil Campbell figurando por el lado izquierdo de la tarima con su guitarra y por la derecha la encarnación del inmortal rock pendenciero en persona de Lemmy Kilmister. La afamada advertencia sobrevino: “Somos Motörhead y tocamos rock and roll”, aclaradas las dudas la banda se despachó las clásicos “Iron Fist” del trabajo del mismo nombre y “Stay Clean” del entrañable álbum “Overkill”. Con este inició el ambiente merecía estar hirviendo, sin embargo la calidad del sonido era deficiente y trastornó las buenas intenciones de tan brutal entrada.
El problema radica en que Motörhead abusa del volumen a limites inimaginados, acción por la cual fueron vituperados en el pasado por algunos y a la vez adorados por muchos otros. Construir una pared de ruido donde la saturación no resulta una desventaja sino por el contrarió el lugar donde el conjunto se siente libre y cómodo para galopar mientras despedaza al oyente con su imitado pero jamás igualado poder es la meta. Dicha acción sin embargo jugó en su contra esta noche al encontrarse encajonados en un lugar desprovisto de acústica. Con la banda a tres metros de mi el único peligro radicaba en que el tímpano me explotara, pero para los ubicados en las gradas aquello se convirtió en el desafortunado encuentro de los altos decibeles Motörheadianos con latas de zinc, plástico, vidrio, concreto e incluso huecos por donde se vislumbra el exterior del recinto provocando una reverberación persistente.
“Be My Baby” y “Rock Out” demuestran que en las recientes composiciones del trío la mala leche se mantiene intacta por fortuna. “Metropolis” fue una bomba y consiguió pese a los inconvenientes previamente apuntados un caluroso recibiendo de los asistentes. A continuación con su tradicional rostro malhumorado Lemmy echó un vistazo a los alrededores, para retornar al empinado micrófono mencionando que el siguiente tema fue escrito cuando muchos de los que le vitoreaban no habían nacido: “Another Perfect Day”. Repasando el pasado nos encontramos con “Over The Top”, traída de los días del álbum “Bomber”. A diferencia de otras bandas longevas, Motörhead no tienen periodos bochornosos en su carrera, por ello continuar con la relativamente nueva “One Night Stand” no representa ningún sobresalto en su vertiginoso show.

El momento álgido de la actuación llegaría con ese sobrecogedor blues denominado “You Better Run”. No hace falta realizarle un examen de sangre a Lemmy para constatar que por sus venas corren cantidades desbordantes de whisky, nicotina y blues. Que forma la de estos tipos para ejecutar con tanta pasión un aire sureño apropiándolo a su endiablado estilo. No se puede pasar por alto el solo de guitarra por parte de Campbell que nos puso la piel de gallina ¿acaso quien dijo que Motörhead era solo velocidad? Regresando a 1983 tuvimos “I Got Mine” que engancharía a otro instante donde las miradas nuevamente se enfocarían en Campbell, un esmerado solo de sus seis cuerdas escoltado por la luz blanca del reflector.

Continuando con el balance entre pasado y presente saltó “The Thousand Names of God”, canción que cierra su más reciente obra “Motörizer”. Acertada muestra de dicha producción, un tema que denota las credenciales de los ingleses: riffs sacude cabezas, coros pegadizos y un punch de batería que hechiza. Pero si de pretender definir la gracia del conjunto se trata, que decir de una bomba de las proporciones de “In The Name Of Tragedy”, extraída del disco “Inferno” a la que sumándole los elementos anteriormente expuestos ofreció un entremés arrollador gracias al solo de batería del señor Mikkey Dee. Portando unos auriculares el sueco castigó su batería como una bestia; solos por parte de percusionistas hemos visto de sobra, pero este en particular estaba dotado de contundencia y alma. Todos pestañeamos con cada golpe, enfatizando al final el esfuerzo del músico con volcanes de humo que hicieron aun más espectacular la ejecución.

Una mayúscula presencia en tarima hace de Motörhead un acto donde no se echa de menos inflables grotescos, mascotas que corran por allí o explosiones de bengalas. Basta ver la disposición de estos sujetos: Campbell caminando de un lado a otro como una bestia enjaulada, Dee animando hasta los espectadores del tercer piso a punta de levantarse y agitar los brazos y Lemmy malicioso, con esa postura imposible lanzando bromas ininteligibles que culminaban en una carrasposa carcajada. La recta final fue a todo dar con la políticamente incorrecta “Just 'Cos You Got the Power”, la rauda “Going To Brazil” y tras corear el nombre del bigotudo vocalista quien devolvió una sonrisa, “Kill By Death” cerró la estridente actuación con una lluvia de baquetas.

Con el público solicitando un plus reaparecerían bajo una luz roja los músicos minutos mas tarde. Campbell y Dee portando guitarras acústicas se ubicaron en sillas, este ultimo con un accesorio de percusión. Por su parte Lemmy en medio de los dos continuó de pie para interpretar armado tan solo de la armónica “Whorehouse Blues”, canción que resume en su lírica lo que es haber dado vueltas por el mundo tras más de treinta años. Esta interpretación desprovista de la característica electricidad del conjunto fue a su vez otro de los instantes memorables de la noche. El remate sería con la presentación de los integrantes junto a la sublime “Ace Of Spades” que generó movimiento en las primeras filas. Tras hora y veinte minutos de show Lemmy empuño en alto su hermoso Rickenbacker y pronto abrazado a sus compañeros de aventura por dos décadas dejar caer el adiós definitivo.

De canciones ausentes se puede elaborar una larga lista, sin embargo la ausencia de Kilmister a la rueda de prensa efectuada en horas previas al show no fue un capricho, los 2.600 metros de altura de la capital colombiana afectaron al icono del rock sucio y la masculinidad. Por lo tanto este concierto debió omitir un par de temas lastimosamente. En comparación, ahora mismo encuentro reprochable que un artista mucho más joven como lo es Marilyn Manson tan solo pudo brindar una hora cerrada de concierto en un recinto atestado. Por esa entrega absoluta, más allá de los obstáculos del sonido, la baja asistencia y la carencia de oxigeno es que Motörhead merecen todos los elogios. Mientras tipos como Lemmy, Phil y Mikkey estén merodeando por el planeta podemos estar tranquilos, alzar nuestro vaso de whisky y brindar por la buena salud del autentico Rock and Roll.
Por: Alejandro Bonilla Carvajal
URSUS
Bogotá, Coliseo Cubierto El Campin
Martes 21 de abril del 2009
VIVE RÁPIDO, MUERE VIEJO
Voy a dejar a un lado en este artículo los refritos adjetivos entorno al grupo ingles Motörhead citándolos como legendarios, magistrales, influyentes y demás agraciados calificativos que tanto gustan a críticos musicales y apasionados seguidores.
Cuando tres tipos cuya suma de edades alcanza la perenne cifra de 155 años salen a una tarima a miles de kilómetros de sus países natales con el único propósito de rockear hasta el límite -no de sus capacidades sino las de sus auditores- y tras verles regresas a casa electrocutado, sordo, con la cabeza dando mil vueltas es porque por la retina no pasó precisamente una banda senil apostándole a la nostalgia de “aquellos días”, pasó Motörhead y punto.
El sándwich de conciertos compuesto por lo más granado del rock clásico: Kiss y Heaven and Hell y donde Motörhead resultó el jamón, afectó considerablemente la asistencia de espectadores; algunos ante la incertidumbre lastimosamente desistieron del trío anglosajón. Al Coliseo el Campín se reportaron aproximadamente 4 mil personas sedientas de rock and roll, distribuidas en un tercer piso colmado, un segundo medianamente ocupado y una platea con muy pocos asistentes. Amparados en la excusa de ser el único recinto disponible para sus demandas de público, los promotores locales insisten en este recinto para llevar a cabo eventos musicales, incluso de géneros apartados del rock. Desafortunadamente, las calidades acústicas del escenario de la calle 60 son semejantes a la de una caja de galletas.
Aproximadamente a las 7 de la noche los capitalinos Ursus hicieron su aparición en tarima con una marcial introducción y posteriormente detonar su ataque thrashero. Los problemas de sonido no se hicieron esperar, aun así esto no bajo un ápice las ganas del cuarteto por dar lo mejor de sí. En 25 minutos el oso metálico expuso su álbum del año pasado “Hijos del Metal” ante una audiencia que les recibió con sumo respeto y entusiasmo. La rasgada voz de Felix Zamora nos condujo por sus letras cargadas de censura a la invasión cultural y económica extranjera, el abuso policial y la carencia de identidad. Diana Cañon aporreó su kit de batería con vigor a la par que sus compañeros Edward Pita en guitarra y Mario Cruz al bajo se encargaron de sonar crudos y afilados a punta de riffs saturados de aires de viejo cuño. Una banda honesta sin mayores pretensiones que brindar un buen rato a nuevos y antiguos metaleros bajo una puesta en escena enérgica y actitud de sobra, al punto de repasar un fragmento del tradicional bambuco “Soy Colombiano”.
Pasados algunos minutos de las 8 de la noche, tras años de larga espera se concretó la deseada imagen: el rubio Mikkey Dee escalando hasta su escultural batería, Phil Campbell figurando por el lado izquierdo de la tarima con su guitarra y por la derecha la encarnación del inmortal rock pendenciero en persona de Lemmy Kilmister. La afamada advertencia sobrevino: “Somos Motörhead y tocamos rock and roll”, aclaradas las dudas la banda se despachó las clásicos “Iron Fist” del trabajo del mismo nombre y “Stay Clean” del entrañable álbum “Overkill”. Con este inició el ambiente merecía estar hirviendo, sin embargo la calidad del sonido era deficiente y trastornó las buenas intenciones de tan brutal entrada.
El problema radica en que Motörhead abusa del volumen a limites inimaginados, acción por la cual fueron vituperados en el pasado por algunos y a la vez adorados por muchos otros. Construir una pared de ruido donde la saturación no resulta una desventaja sino por el contrarió el lugar donde el conjunto se siente libre y cómodo para galopar mientras despedaza al oyente con su imitado pero jamás igualado poder es la meta. Dicha acción sin embargo jugó en su contra esta noche al encontrarse encajonados en un lugar desprovisto de acústica. Con la banda a tres metros de mi el único peligro radicaba en que el tímpano me explotara, pero para los ubicados en las gradas aquello se convirtió en el desafortunado encuentro de los altos decibeles Motörheadianos con latas de zinc, plástico, vidrio, concreto e incluso huecos por donde se vislumbra el exterior del recinto provocando una reverberación persistente.
“Be My Baby” y “Rock Out” demuestran que en las recientes composiciones del trío la mala leche se mantiene intacta por fortuna. “Metropolis” fue una bomba y consiguió pese a los inconvenientes previamente apuntados un caluroso recibiendo de los asistentes. A continuación con su tradicional rostro malhumorado Lemmy echó un vistazo a los alrededores, para retornar al empinado micrófono mencionando que el siguiente tema fue escrito cuando muchos de los que le vitoreaban no habían nacido: “Another Perfect Day”. Repasando el pasado nos encontramos con “Over The Top”, traída de los días del álbum “Bomber”. A diferencia de otras bandas longevas, Motörhead no tienen periodos bochornosos en su carrera, por ello continuar con la relativamente nueva “One Night Stand” no representa ningún sobresalto en su vertiginoso show.

El momento álgido de la actuación llegaría con ese sobrecogedor blues denominado “You Better Run”. No hace falta realizarle un examen de sangre a Lemmy para constatar que por sus venas corren cantidades desbordantes de whisky, nicotina y blues. Que forma la de estos tipos para ejecutar con tanta pasión un aire sureño apropiándolo a su endiablado estilo. No se puede pasar por alto el solo de guitarra por parte de Campbell que nos puso la piel de gallina ¿acaso quien dijo que Motörhead era solo velocidad? Regresando a 1983 tuvimos “I Got Mine” que engancharía a otro instante donde las miradas nuevamente se enfocarían en Campbell, un esmerado solo de sus seis cuerdas escoltado por la luz blanca del reflector.

Continuando con el balance entre pasado y presente saltó “The Thousand Names of God”, canción que cierra su más reciente obra “Motörizer”. Acertada muestra de dicha producción, un tema que denota las credenciales de los ingleses: riffs sacude cabezas, coros pegadizos y un punch de batería que hechiza. Pero si de pretender definir la gracia del conjunto se trata, que decir de una bomba de las proporciones de “In The Name Of Tragedy”, extraída del disco “Inferno” a la que sumándole los elementos anteriormente expuestos ofreció un entremés arrollador gracias al solo de batería del señor Mikkey Dee. Portando unos auriculares el sueco castigó su batería como una bestia; solos por parte de percusionistas hemos visto de sobra, pero este en particular estaba dotado de contundencia y alma. Todos pestañeamos con cada golpe, enfatizando al final el esfuerzo del músico con volcanes de humo que hicieron aun más espectacular la ejecución.

Una mayúscula presencia en tarima hace de Motörhead un acto donde no se echa de menos inflables grotescos, mascotas que corran por allí o explosiones de bengalas. Basta ver la disposición de estos sujetos: Campbell caminando de un lado a otro como una bestia enjaulada, Dee animando hasta los espectadores del tercer piso a punta de levantarse y agitar los brazos y Lemmy malicioso, con esa postura imposible lanzando bromas ininteligibles que culminaban en una carrasposa carcajada. La recta final fue a todo dar con la políticamente incorrecta “Just 'Cos You Got the Power”, la rauda “Going To Brazil” y tras corear el nombre del bigotudo vocalista quien devolvió una sonrisa, “Kill By Death” cerró la estridente actuación con una lluvia de baquetas.

Con el público solicitando un plus reaparecerían bajo una luz roja los músicos minutos mas tarde. Campbell y Dee portando guitarras acústicas se ubicaron en sillas, este ultimo con un accesorio de percusión. Por su parte Lemmy en medio de los dos continuó de pie para interpretar armado tan solo de la armónica “Whorehouse Blues”, canción que resume en su lírica lo que es haber dado vueltas por el mundo tras más de treinta años. Esta interpretación desprovista de la característica electricidad del conjunto fue a su vez otro de los instantes memorables de la noche. El remate sería con la presentación de los integrantes junto a la sublime “Ace Of Spades” que generó movimiento en las primeras filas. Tras hora y veinte minutos de show Lemmy empuño en alto su hermoso Rickenbacker y pronto abrazado a sus compañeros de aventura por dos décadas dejar caer el adiós definitivo.

De canciones ausentes se puede elaborar una larga lista, sin embargo la ausencia de Kilmister a la rueda de prensa efectuada en horas previas al show no fue un capricho, los 2.600 metros de altura de la capital colombiana afectaron al icono del rock sucio y la masculinidad. Por lo tanto este concierto debió omitir un par de temas lastimosamente. En comparación, ahora mismo encuentro reprochable que un artista mucho más joven como lo es Marilyn Manson tan solo pudo brindar una hora cerrada de concierto en un recinto atestado. Por esa entrega absoluta, más allá de los obstáculos del sonido, la baja asistencia y la carencia de oxigeno es que Motörhead merecen todos los elogios. Mientras tipos como Lemmy, Phil y Mikkey estén merodeando por el planeta podemos estar tranquilos, alzar nuestro vaso de whisky y brindar por la buena salud del autentico Rock and Roll.
Por: Alejandro Bonilla Carvajal